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jueves, 9 de mayo de 2013

¿De qué somos culpables los profesores en la gran estafa? La generación estafada (IV)


Estas últimas entradas sobre la estafa perpetrada a toda una generación son absolutamente imprescindibles para que nos demos cuenta de la importancia de nuestra función social como docentes y para que se pueda comprender cómo ha sido posible (y lo es a día de hoy) que un disparate como la LOGSE se implementara y lo que es peor, siga en vigor más de veinte años e incluso cuente con defensores.

 
 
En anteriores entradas hemos ido clarificando, en este juicio que estamos haciendo a la estafa de la LOGSE, quienes habían sido las víctimas (en este caso los buenos alumnos fundamentalmente) y quienes habían sido los culpables (fundamentalmente los pedagogos progresistas y sus mentores, los políticos del PSOE). Pero cuando se implementa un experimento de ingeniería social como ha sido y es una ley educativa para decidir sobre la vida de millones de jóvenes, son decenas de miles, centenares de miles de personas las que están implicadas en llevar a cabo la magna obra. Sin su colaboración, simplemente, la ley no se puede implementar.
En la novela Las benévolas de Jonathan Littell, el protagonista (Aue, un criminal de guerra nazi) se autoexculpa del Holocausto diciendo que para que llegasen los judíos a los campos de exterminio era necesaria, imprescindible, la participación de centenares de miles de personas y pone un ejemplo. Simplemente con que los guarda agujas de los ferrocarriles no hubiesen dejado pasar los trenes a los campos de exterminio, esos convoys de la muerte no hubieran llegado a su destino y millones de personas habrían sobrevivido. En la Lista de Schindler, por el contrario, vemos el efecto de la acción benéfica de una persona. Esto es literatura, claro. Y tanto un ejemplo como otro se basan en la realidad, pero se sustentan sobre todo en su función literaria. Ahora bien, Robert Gellatelly en su ensayo impresionante No solo Hitler demuestra con datos fehacientes que para que se produjera el Holocausto fue necesaria la participación de millones de alemanes, culpables también por tanto de ese enorme crimen. Una vez perpetrado el horroroso crimen, las generaciones posteriores culpabilizan en exclusiva al dictador, a Hitler de lo ocurrido, diluyendo así su propia responsabilidad. Algo similar hemos vivido y vivimos en España con la figura de Franco, perfecto chivo expiatorio, como si el franquismo hubiera sido solo él. Hay una frase que creo que conviene citar ahora y que pertenece a Edmund Burke: “Para que triunfe el mal, tan solo hace falta que los hombres buenos se inhiban”. Y un poco de todo esto es lo que ha ocurrido con la actitud del profesorado ante la LOGSE.

 

Porque los peones de la LOGSE hemos sido nosotros. Los carceleros, los ferroviarios, los ejecutores y los enterradores de esta maquinaria perniciosa hemos sido los profesores. Decenas de miles de maestros, profesores de secundaria y universidad han colaborado (y muchísimos con alegre entusiasmo) para que esta estafa gigantesca fuera posible. Y ahora que todo este edificio se ha venido abajo (al menos moralmente) cada palo tiene que aguantar su vela. Al fin y al cabo si un alumno pasaba de curso y titulaba y hacía selectividad y aprobaba y hacía una carrera y obtenía su título sin tener suficientes conocimientos y aptitudes (que al fin y al cabo es lo que importa) era solo porque un profesorado servil (una persona al fin y al cabo) lo hacía posible. Ellos solos, los alumnos queremos decir, no se ponían ni se ponen las notas. Los que les decíamos (y todavía les decimos) que con esfuerzo y obediencia se consigue todo, hemos sido nosotros. Y eso es mentira. Yo no seré campeón de cien metros lisos nunca. Y una alumna simplemente voluntariosa no será juez nunca. Nunca. Aunque digamos en las juntas que se esfuerza mucho. Se esfuerza muchísimo, vale. Pero no será juez jamás. Y cuanto antes lo sepa esa persona, mejor porque eso le permitirá ser feliz antes. Ni notaria, ni registradora de la propiedad, ni siquiera abogada independiente. Bueno, siempre alegará alguien, que una persona simplemente voluntariosa puede ser abogada de un sindicato. Vale como broma. Porque el problema es que hemos dado el título a tantos miles de alumnos que eran simplemente voluntariosos que tendrían que existir dos mil sindicatos para colocarles a todos como abogados. Y peor aún, porque muchos ni siquiera eran voluntariosos. Y sin embargo, titulaban y titulan solo por nosotros. No por ellos, sino por nosotros. Oí una vez a un compañero decir en una junta de evaluación. “Cuando estaba el BUP lo tenía que aprobar como alumno, ahora que llega la LOGSE y quien tiene que aprobar sigo siendo yo, porque soy yo quien les apruebo a mis alumnos”. Nada más cierto que esto. Porque hemos sido nosotros los que les hemos facilitado el paso por el sistema educativo hasta el punto de perseguirles para que aprobasen como fuera. Los que han dejado pasar a los peores alumnos de primaria a secundaria para quitarnos alumnos disruptivos del colegio han sido los maestros. Los que les hemos aprobado la secundaria y el bachillerato sujetándonos la nariz para no oler lo que hacíamos hemos sido nosotros, los profesores de secundaria. Los que les hemos animado a hacer carreras hemos sido nosotros. Nosotros. Los que han permitido a los alumnos acceder a la universidad animando a los profesores de secundaria a aprobar a todo el mundo en selectividad han sido los profesores de universidad. Los que les han animado a permanecer más tiempo del necesario en la universidad han sido también los profesores universitarios. Todos somos culpables. Y en esa absoluta necesidad de catarsis, creo que cada uno tiene que recordar que es lo que ha hecho en todos estos años y qué es lo que hace. Recuerdo decenas de juntas de evaluación en la que alumnos que no merecían ni un 2 acababan con un 5. Y por lógica los que merecían un 5 tenían un 8 y los que merecían un 7 tenían un 10. Los que merecían el 10 eran rebajados por tanto al 7. Esa era la realidad. Se igualaba por lo bajo. Una vez se dio un premio al mejor expediente en un centro. Era una niña simplemente voluntariosa que hoy no tiene trabajo. Esa es su verdad de hoy. Entonces, a inicios de este siglo, era la número 1 del instituto. Hoy apoya el 15.M, Todo era mentira. Un sistema montado sobre una mentira gigantesca. Eran otros tiempos, tiempos en los que había una influencia muy fuerte de la pedagogía progresista, tiempos en los que los orientadores se hacían con la palabra ante el claustro o en sus reuniones con los tutores y peroraban y daban consejos al profesorado sobre pedagogía sin haber dado clase en su vida, pero con el apoyo y la sonrisa aprobadora de la dirección. Tiempos de boom en la construcción, de profesores desmoralizados por su incapacidad para comprender el nuevo sistema y dominar la disciplina. Tiempos dominados por los nacidos entre 1945 y 1955, muchos de ellos, los ideólogos de la generación, obnubilados por la figura de Franco y convencidos de que con la LOGSE estaban construyendo la sociedad democrática, pura, crítica y reflexiva, que tanta falta hacía. Años de humo.

Recuerdo pronosticar en juntas de evaluación de mi anterior centro, el IES El Convento, aterrado porque tal o cual alumno obtuviera su título de Bachillerato, que ese alumno probablemente acabaría una carrera, sí, pero que jamás trabajaría en su sector porque no tenía capacidad suficiente. Eso solo servía para cosechar críticas y a veces sarcasmos de otros compañeros inquiriendo que en “dónde tenía yo mi bola de cristal”, “¿cómo podía afirmar yo esas cosas con esa ligereza?” Otros callaban y se confesaban de sus pecados en privado. Lo cierto es que no había que ser Einstein para darse cuenta de que de un burro por muy voluntarioso que fuese no se podía sacar un pura sangre, ni siquiera un caballo normal y corriente para dar un paseo. Recuerdo un compañero que, al inquirirle yo sobre cómo tenía un porcentaje de aprobados en Lengua en 2º de Bachillerato cercano al 90% me contestó con toda su cara: “Si los tiene que suspender alguien, ya lo harán en selectividad o en la carrera...” Y se quedó tan ancho, oiga. Y al final quienes tenían que justificar (y sigue siendo así) por qué no aprobaban su asignatura más que el 60% son los profesores. El que aprueba al 80% no tiene que justificar nada. Ese sí cumple con su función social. Así son las cosas.

Hoy, visto lo visto, la razón ha demostrado que quienes defendíamos que nuestras acciones conducían a España al desastre educativo y social, hemos acertado. Déjennos al menos, que después de tantos sinsabores (nunca ha sido grato nadar contra corriente y mucho menos desnudar al príncipe) nos pongamos una medalla moral. Nosotros, sí, teníamos razón. Porque todos somos culpables, pero unos más que otros.

Por hoy es suficiente: la semana que viene profundizaremos en este tema. ¿Por qué el profesorado acabamos siendo cómplices de este perverso sistema?

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